Con la publicación de esta nota, la Red en general y la blogosfera en particular están asistiendo al nacimiento de una nueva palabreja, noomorfosis, que, partiendo de la etimología griega (noos -inteligencia- y morphosis -formación-), significa 'formación de la inteligencia'. El autor se ha visto impelido a componer este término -alguno había que inventar- para dar nombre a un fenómeno trascendental, aunque imperceptible: el cambio de las estructuras mentales y, por tanto, de la forma misma de la inteligencia de un número rápidamente creciente de nuestros cachorros humanos, ésos a los que se ha dado en llamar nativos digitales, por su temprana e intensiva inmersión en una infoestructura cada vez más densa y extensa, la Red Universal Digital (R.U.D.). ()Fernando Saez Vacas)
Si las observaciones sociales y los experimentos neurocientíficos confirmasen este fenómeno, las relaciones humanas, la educación, la organización política y económica, las comunicaciones, el concepto mismo de ser humano, etc., darían un vuelco, porque la inteligencia es la auténtica medida del ser humano. Es en la noomorfosis digital donde se oculta la real y enorme dimensión de la brecha digital, ese concepto que manejamos hasta ahora con notoria superficialidad, si valoramos en sus justos términos su íntima conexión con una nueva ecología social, mental y ética.
No se trata de que el uso intensivo de la tecnología de la R.U.D. contribuya a moldear una inteligencia mayor o menor -por ejemplo a que los niños sean más listos, como algunos dicen-, sino una inteligencia funcionalmente distinta, es decir, armada con ciertas capacidades necesarias especialmente desarrolladas para vivir y operar en el Nuevo Entorno Tecnosocial (N.E.T.) generado por esa tecnología. Por lo que se sabe hoy de la inteligencia, el habitual discurso del CI (Cociente Intelectual) para cuantificarla no es operativo en las situaciones emergentes. Por lo que ya sabemos, a no tardar mucho, el CI será prácticamente una reliquia, igual que tantas otras formas sociales declinantes, entre ellas, los sistemas educativos.
Como hace más tiempo del que puedo recordar a bote pronto que me ocupo reincidentemente de este tema de la huella de la tecnología en el ser humano, me veo obligado a revisitar mis propios escritos para seguir dándole vueltas al asunto. Una de las cosas que he escrito -¡ya hace trece años!- es que "el ser humano tiene que adaptarse en un solo ciclo de vida a varias generaciones sucesivas de compleja tecnología" Obviamente, no lo consigue, salvo por manifiesta necesidad, y sólo en parcelas reducidas y con bastante entrenamiento y esfuerzo. La razón básica es que las formas sociales emergentes y las declinantes requieren estructuras mentales distintas. El entorno en el que nacemos, vivimos y nos criamos constituye la matriz de nuestra inteligencia y de nuestro comportamiento, por eso lo de cambiarse el chip de verdad acaba siendo una frase retórica, poco más que una latiguillo conversacional, si ya hemos dejado atrás nuestra infancia y adolescencia. Los sabios de la psicología postulan que es en cierta etapa de su vida cuando el niño construye sus conceptos de espacio, tiempo, número, causalidad, identidad, memoria, vida y mente, y lo hace precisamente a partir de los objetos que lo rodean.
Recientemente, un artículo en el Sunday Times nos hablaba de un nuevo paso en la evolución del cerebro (brain evolution) y citaba a varios observadores del impacto de los videojuegos, que resaltaban la mejora de algunos factores cognitivos. Este artículo, junto con el lanzamiento este verano del software Brain Training para ejercitar el cerebro con una consola de Nintendo, ha despertado en mí el deseo de reanudar el estudio de esta cuestión, y tal vez el de escribir posteriormente algo más elaborado. Revolviendo en mi propia hemeroteca de autor, observo que en 1992, cuando llamaba compujuegos a los computer games, mi opinión era la siguiente: una relación sostenida y no enfermiza con los compujuegos produce dos tipos de beneficios: a) divertirse, y b) entrenarse intelectualmente, con el objetivo de aumentar varias de las capacidades que nuestra inteligencia poliédrica necesita desplegar para vivir en un mundo cambiante.
¿Inteligencia poliédrica? Efectivamente, hoy, para hablar de inteligencia, habría que hablar no sólo del tipo de inteligencia que mide el CI, modelo elaborado teóricamente hace más de 100 años, por mucho tiempo asociado erróneamente a los triunfadores, sino también de inteligencia emocional. Intuyo que aplicarlos a cachorros (después adolescentes y jóvenes) analógicos y a cachorros muy digitales, complementándolos con suficientes registros de la actividad cerebral por medio de tecnología de positrones, para proceder a un análisis comparativo, arrojaría resultados sorprendentes, que demostrarían que en unos terrenos se gana y en otros se pierde. ¿Suma cero?
Lógicamente, los nativos digitales, habitantes de la infociudad, ganarán en todas las capacidades relativas a los procesos inmateriales típicos de ésta, así definida por el autor en 2004: "Espacio informacional donde los humanos de sociedades desarrolladas, mediante terminales con botones, teclas, pantallas, contraseñas e identificadores varios, se comunican y realizan una parte creciente de sus actividades habituales y otras muchas nuevas, convertidas en señales, símbolos, lenguajes y procesos inmateriales, soportados por una potente infraestructura tecnológica de arquitectura reticular". Pero es evidente que, a medida que la vida va siendo sustituida por la información, ya están perdiendo y perderán más en otras capacidades y habilidades que se han considerado valiosas hasta ahora.
Considero imprescindible que los investigadores dediquen el tiempo que sea necesario a trazar la cartografía mental de los humanos que se desenvuelven mayormente en diversos sectores de la Red Universal Digital. Mi hipótesis es que aquéllos van interiorizando progresivamente algunas propiedades del Nuevo Entorno Tecnosocial.
Pero, aunque inquietante, es sólo una hipótesis.
No se trata de que el uso intensivo de la tecnología de la R.U.D. contribuya a moldear una inteligencia mayor o menor -por ejemplo a que los niños sean más listos, como algunos dicen-, sino una inteligencia funcionalmente distinta, es decir, armada con ciertas capacidades necesarias especialmente desarrolladas para vivir y operar en el Nuevo Entorno Tecnosocial (N.E.T.) generado por esa tecnología. Por lo que se sabe hoy de la inteligencia, el habitual discurso del CI (Cociente Intelectual) para cuantificarla no es operativo en las situaciones emergentes. Por lo que ya sabemos, a no tardar mucho, el CI será prácticamente una reliquia, igual que tantas otras formas sociales declinantes, entre ellas, los sistemas educativos.
Como hace más tiempo del que puedo recordar a bote pronto que me ocupo reincidentemente de este tema de la huella de la tecnología en el ser humano, me veo obligado a revisitar mis propios escritos para seguir dándole vueltas al asunto. Una de las cosas que he escrito -¡ya hace trece años!- es que "el ser humano tiene que adaptarse en un solo ciclo de vida a varias generaciones sucesivas de compleja tecnología" Obviamente, no lo consigue, salvo por manifiesta necesidad, y sólo en parcelas reducidas y con bastante entrenamiento y esfuerzo. La razón básica es que las formas sociales emergentes y las declinantes requieren estructuras mentales distintas. El entorno en el que nacemos, vivimos y nos criamos constituye la matriz de nuestra inteligencia y de nuestro comportamiento, por eso lo de cambiarse el chip de verdad acaba siendo una frase retórica, poco más que una latiguillo conversacional, si ya hemos dejado atrás nuestra infancia y adolescencia. Los sabios de la psicología postulan que es en cierta etapa de su vida cuando el niño construye sus conceptos de espacio, tiempo, número, causalidad, identidad, memoria, vida y mente, y lo hace precisamente a partir de los objetos que lo rodean.
Recientemente, un artículo en el Sunday Times nos hablaba de un nuevo paso en la evolución del cerebro (brain evolution) y citaba a varios observadores del impacto de los videojuegos, que resaltaban la mejora de algunos factores cognitivos. Este artículo, junto con el lanzamiento este verano del software Brain Training para ejercitar el cerebro con una consola de Nintendo, ha despertado en mí el deseo de reanudar el estudio de esta cuestión, y tal vez el de escribir posteriormente algo más elaborado. Revolviendo en mi propia hemeroteca de autor, observo que en 1992, cuando llamaba compujuegos a los computer games, mi opinión era la siguiente: una relación sostenida y no enfermiza con los compujuegos produce dos tipos de beneficios: a) divertirse, y b) entrenarse intelectualmente, con el objetivo de aumentar varias de las capacidades que nuestra inteligencia poliédrica necesita desplegar para vivir en un mundo cambiante.
¿Inteligencia poliédrica? Efectivamente, hoy, para hablar de inteligencia, habría que hablar no sólo del tipo de inteligencia que mide el CI, modelo elaborado teóricamente hace más de 100 años, por mucho tiempo asociado erróneamente a los triunfadores, sino también de inteligencia emocional. Intuyo que aplicarlos a cachorros (después adolescentes y jóvenes) analógicos y a cachorros muy digitales, complementándolos con suficientes registros de la actividad cerebral por medio de tecnología de positrones, para proceder a un análisis comparativo, arrojaría resultados sorprendentes, que demostrarían que en unos terrenos se gana y en otros se pierde. ¿Suma cero?
Lógicamente, los nativos digitales, habitantes de la infociudad, ganarán en todas las capacidades relativas a los procesos inmateriales típicos de ésta, así definida por el autor en 2004: "Espacio informacional donde los humanos de sociedades desarrolladas, mediante terminales con botones, teclas, pantallas, contraseñas e identificadores varios, se comunican y realizan una parte creciente de sus actividades habituales y otras muchas nuevas, convertidas en señales, símbolos, lenguajes y procesos inmateriales, soportados por una potente infraestructura tecnológica de arquitectura reticular". Pero es evidente que, a medida que la vida va siendo sustituida por la información, ya están perdiendo y perderán más en otras capacidades y habilidades que se han considerado valiosas hasta ahora.
Considero imprescindible que los investigadores dediquen el tiempo que sea necesario a trazar la cartografía mental de los humanos que se desenvuelven mayormente en diversos sectores de la Red Universal Digital. Mi hipótesis es que aquéllos van interiorizando progresivamente algunas propiedades del Nuevo Entorno Tecnosocial.
Pero, aunque inquietante, es sólo una hipótesis.
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